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  • Foto del escritorAcentos Territoriales

𝐄𝐧 𝐥𝐚𝐬 𝐦𝐨𝐧𝐭𝐚𝐧̃𝐚𝐬 𝐧𝐨 𝐡𝐚𝐲 𝐬𝐨𝐥𝐞𝐝𝐚𝐝.

Por: Diego Felipe González.

Una mujer voltea y mira con rabia a la persona que interrumpió su silencio. Escuchar el nombre de ese autor famoso, que escribió sobre su pueblo, se convirtió en un malestar. No lo odia, pero sí la enfurece que él se apropiase de la memoria de su comunidad. «¿Cómo se atrevió ese señor a decir que aquí nadie sonríe? Que hable por él», piensa. Suspira resignada: el recuerdo que se impuso es el que está en los libros de ese tal Rulfo y al final puede que sí les ya quitado la sonrisa.


Un escritor es un parásito, un ladrón y si estiramos más la cuerda un expropiador de recuerdos, de alegrías hasta de los paisajes. Rulfo no fue la excepción a esto, pero esta idea creó un malestar muy grande en él. Supo que sus fotos, sus cuentos hasta los libros de antropología que editó por más de veinte años eran un arma de doble filo: aquellos a los que quería ayudar, a los que quería dar a conocer y sacar del olvido terminaron por caer bajo las lógicas del progreso, de la “civilización”, del mismo poder. Esa duda, esa contradicción es la que explora Cristina Rivera Garza en su libro Había mucha neblina o humo o no sé qué, que es una biografía de Rulfo, un ensayo sobre la cultura mixe, un viaje a las montañas oaxaqueñas y una breve historia de México.

Caminar con Rulfo no es sencillo. El autor del Llano en llamas dejó más silencios y soledades que certezas y pistas a seguir. Igual esto no fue un problema para Rivera Garza. Con un olfato de detective literario reconstruyó la mirada que un día imaginó a Comala. Así encontramos al Rulfo vendedor de llantas, el Rulfo migrante, el Rulfo fotógrafo que buscó a través de la belleza combatir la mirada –siempre perezosa– que se tenía sobre los indígenas, el Rulfo que trabajó para el gobierno que luego desplazaría a esas comunidades que retrató, el Rulfo que se resistió a ser el escritor del poder, de la CIA y del establecimiento; el Rulfo que prefirió el silencio. Pero más allá de los mil temas que hay en este libro me quisiera detener en uno: el Rulfo amante de las montañas.


«No hay soledad en la montaña». «La montaña, que con frecuencia aparece como un vaso invertido en las imágenes precolombinas, nos provee, antes que nada, de agua». «La montaña, que nos ayudará sólo si está al alcance, nos recompensa ahora mismo con este botín». La montaña que nos hermana nos cura y nos reconcilia con lo que hemos perdido. Rulfo era un alpinista en varios sentidos: el literario y el físico. En las cimas de ellas encontró la soledad que lo acercó de nuevo a aquellos que despejó de su paisaje, lo acercó al silencio de los que sus letras pudieron callar. De ahí que Rivera Garza suba al pico del Zempoaltépetl en la última parte del libro: es un acto de perdón con Rulfo, pero también una forma de fundirlo con esa memoria que pudo arrebatar. El libro de Cristina es un viaje por la niebla, el humo y ese no sé qué de la memoria, es también un viaje en que la autora entrega a Rulfo a la naturaleza y hace que su recuerdo se convierta en parte de esa naturaleza que en algún momento –casi sin quererlo– el ayudó a destruir. La literatura es una forma de reconstruir paisajes, y eso es un acto de resistencia.


Había mucha neblina o humo o no sé qué

Cristina Rivera Garza

246 páginas


Sobre el autor:

Periodista e historiador. Trabajé en las revistas BOCAS y DONJUAN, de El Tiempo y en el periódico La Vanguardia, de España. También soy docente de Historia y geografía de Colombia. Además, colaboro con el Grupo Contexto, una asociación de editoriales independientes españolas. Tengo una maestría en periodismo y otra en creación literaria, pero sobre todo, creo, soy un lector.

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