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  • Foto del escritorAcentos Territoriales

𝐒𝐮𝐟𝐫𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐚𝐠𝐨𝐭𝐞 𝐞𝐥 𝐫𝐞𝐥𝐨𝐣.

Por: Diego Jasher.


Era domingo, me parece, el día que me invitaron a colaborar con este texto. Lo inicio cinco días después porque no tengo claro de qué escribir. Fútbol y territorio… es todo y nada al mismo tiempo. Podría hablar de la cancha, la táctica y estrategia tan bélicamente lúdicas, de la pasión. Fútbol y guerra… Pensé en el Madrid franquista y el Barcelona jugando fuera de España para ganar dinero para la resistencia. En Maradona, las Malvinas, Inglaterra; en los argentinos amando un estadio, el Azteca, que les queda a medio continente de distancia. Por supuesto que vino a mi mente la impresionante historia del clásico yugoslavo entre el Dynamo de Zagreb (Croacia) y la Estrella Roja de Belgrado (Serbia), en los noventas, como presagio de una sangrienta guerra en los Balcanes.


Croacia… ¿Qué hay en la evolución futbolística de ese país? ¿Será que la generación que logró jugar el partido de fútbol más importante del mundo ante Francia lo pudo hacer, en parte, porque fue la primera que se hizo adulta viviendo con relativa paz? ¿Y si escribo del imperialismo francés y cómo gracias a sus colonias, el desplazamiento y la inmigración, tienen talento futbolístico de sobra para consagrarse campeones del mundo? Nadie verá a Argelia ganar un mundial, así Mbappé, Benzema y Zidane hubieran jugado juntos con esa camiseta, pero Francia ya ganó dos.

Pensé en la corrupción que aún se siente en México (100 millones de habitantes, líder económico de Latinoamérica) como la culpable de que un país como Croacia o uno en un sitio tan pequeño y especial del mundo como Uruguay, tengan mejor desarrollo futbolístico con muchos menos recursos económicos ¿Y los gringos? Millones de dólares invertidos en desarrollar una industria del fútbol, expertos en comercialización de deportes, estadios como en ningún otro lugar; pero no están cerca, ni lo estarán (y quizá aquí me sale lo mexicano), de ganar una Copa del mundo ¿por qué? Porque en su territorio no hay identidad con el juego. Porque afortunadamente, y que Galeano nos ayude a que así siga, el fútbol todavía es algo más que un simple negocio.


Hablando de negocios… estaba revisando, en una de las tantas plataformas para apostar que hay, un juego en el que Millonarios de Colombia me hizo ganar. No se apuesta con el corazón, dicen. Pero Millos es Bogotá y Bogotá, de alguna manera, soy yo, así que fui con ellos. Viví allá, también lo hice en Barranquilla, pero el Junior trae playera rojiblanca a rayas, igual que las Chivas de Guadalajara (la ciudad mexicana donde nací y vivo) y eso no cabe en el corazón de alguien que le va al América (equipo de una ciudad donde ni vivo, ni nací pero que amo).


Aprovechando este tema de fútbol, amor a la camiseta y apuestas, pregunté a desconocidos en el grupo de whatsapp donde he aprendido de ese mundo, por qué le van a determinado equipo: cuáles son las razones para hacerlo. Lo pregunté, porque para mí y desde que desarrollé cierta conciencia social, irle al América es una de las contradicciones más hermosas que tengo. Para muchos representa todo lo que está mal en México, pertenece a la televisora más grande del país, por ejemplo. Y a pesar de saber eso, me niego a aceptar que Televisa pueda usar en mi equipo los mismos mecanismos de poder que ha usado en candidatos, figuras públicas, políticos y presidentes para seguir sosteniéndose como lo que es ¿Entonces por qué los elegí? Si es que es una elección. Porque igual y Drexler tiene razón en que uno no elige de quién se enamora.


Encontré en mi propio pensamiento, en las respuestas que me dieron y en todos los párrafos anteriores, una cosa en común: la identidad. En medio de una sociedad global, donde las micro identidades, si se me permite el término, son cada vez más difíciles de construir, el fútbol es un espacio para hacerlo. En él quedan todavía señales, una veces bien y otras mal entendidas, que nos permiten diferenciarnos. Nos permite construirnos a través de la otredad, pero también de la familiaridad. Ser español, mexicano, argentino, portugués, colombiano, es un accidente, mero azar geográfico. Ser del rojo, azulcrema, blue, red, bostero, rayado, carbonero, nerazzurri, rossonero, gunner, citizen; tiene que ver (en ocasiones) con un lugar físico, sí, pero aún más con el espacio imaginario donde no solo existimos sino que somos. Alrededor de los colores se construyen significados, se adoptan símbolos, se aprenden conductas que nos hacen ser “yo” y luego “nosotros”. Boca: el que nunca descendió, Barcelona: más que un club, Liverpool: nunca estarás solo, América: el más grande, Viva el Betis manque pierda, Me llevaron a ver a Santa Fé pero fue de Millonarios que me enamoré.


Ha pasado una noche entre el último párrafo y este. Dejé “descansar” el texto porque sentía

que esa última idea de la identidad estaba algo floja. Y así seguirá. Hace 30 minutos vi al Atlas, un equipo que tiene 70 años sin ser campeón y 22 años sin alcanzar una final, resistir los últimos 15 minutos del juego a lo Atlas: sufriendo hasta que se agote el reloj. Lo lograron. Están a 180 minutos, un poco más si el drama lo permite, de alcanzar el segundo título en su historia.


Termino el día y estas líneas con una niña en mi pantalla que levanta lo brazos y aprieta dientes y puños en señal de victoria; con Lupita, que me cuenta de su papá, “fiel rojinegro”, que ya no está y no vio a la Academia llegar a la final; con Pont y su foto del rinconcito donde tiene una veladora, un balón y el escudo del Atlas, con Rafa y Gabriela que me compartieron su pasión desde la cancha y las calles, con Pau y sus historias de viajes a lo largo del país, detenciones, rezos, alegrías y esperas eternas; y también con Toto, el atlista más cercano que tengo, que me mandó un vídeo del Estadio Jalisco coreando a su equipo, luego del pitazo final. Quería ahondar más en ese campo simbólico, casi metafísico, del amor a la camiseta, la identidad y cómo nos apropiamos espacios, físicos y no, para dotarlos de sentido, pero he aprendido algo haciendo terapia: hay cosas que no necesitan ser racionalizadas. En palabras rojinegras: si te lo explico, no lo entenderías.


Nota editorial: El drama lo permitió. Estas líneas fueron escritas después de las semifinales del fútbol mexicano. Hace unos días, se dieron 210 minutos de juego y 10 penaltis y el equipo al que se refiere el final del texto, es campeón.


Sobre el autor: Terapeuta, profesor, analista de fútbol de sofá y entusiasta de ver las cosas más complejas de lo que parecen ser.



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