𝐂𝐢𝐮𝐝𝐚𝐝𝐞𝐬 𝐞𝐧 𝐞𝐟𝐞𝐫𝐯𝐞𝐬𝐜𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚.
- Acentos Territoriales
- 1 may 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 may 2021
Entre la precarización de la vida y las emancipaciones populares.
En momentos de expresa sensibilidad sobre lo vital, sobre lo común y sobre lo posible, resulta más que responsable reconocer el lugar de la ciudad como escenario de convergencias, contradicciones y disputas comunitarias e institucionales. Las ciudades colombianas en estos días de convulsión política y social, vienen atravesando, como buena parte de las ciudades del mundo, una particular experiencia de sentido. Dicha circunstancia que atraviesa las prácticas y dinámicas cotidianas, ha puesto en debate público los alcances de un modelo de ciudad dispuesto para la emergencia, pero abiertamente contradictorio en sus visiones sobre el cuidado y sobre la garantía de derechos fundamentales.
Con esto, y sin desconocer el impacto que para las ciudades ha generado la actual crisis global de salud pública, que incluso acentuó la naturalización de prácticas totalitarias y el establecimiento de nuevos dispositivos de control social, es importante marcar algunas claves que ponen a la ciudad en perspectiva de discusión y protagonismo. La tensión parece inevitable e incluso hasta inacabada, precisamente por la amalgama de complejas circunstancias que tienen lugar en la experiencia urbana.

La ciudad efervescente podría entenderse como una bifurcación, entre las crisis emanadas de un modelo homogenizante y represivo de ciudad, que vulnera y fragiliza la vida, poniendo lo público al servicio del establecimiento, y las prácticas reivindicadoras que la ciudadanía activa y organizada, promueve para su propia dignificación y cambio. Es, por tanto, la ciudad y sus múltiples posibilidades y contrastes, la que nos advierte la emergencia de nuevas experiencias sensoriales, emocionales, identitarias y colectivas en donde la presencia conciente, articulada y sentida de las comunidades, da paso a las agendas colaborativas y transformadoras. La efervescencia entonces, parece situarse en coyunturas y crisis manifiestas, promovidas formalmente por el discurso segregador e higienista del modelo neoliberal, el cual, bajo premisas desarrollistas, sistemáticamente fractura los territorios, desconoce los derechos vitales de las comunidades y extingue toda forma alternativa de experienciar la ciudad.
Estas circunstancias, se suman al contradictorio pero intencional acento que, por estos días de crisis vital, enuncia el establecimiento. Y es que, bajo la premisa del cuidado al ciudadano, la pandemización del discurso y los supuestos compromisos humanitarios de las administraciones locales, se sigue desmantelando, en un clima de incertidumbre y miedo, toda posibilidad de supervivencia y buen vivir, especialmente en aquellos sectores populares e históricamente olvidados. Sin embargo, es en este panorama, en el que se instalan y naturalizan prácticas restrictivas, de confinamiento excesivo y de control del espacio, en donde se terminan afianzando expresiones populares y solidarias en la ciudad, que sumadas a las acciones colectivas que circulan a lo largo del territorio nacional, parecen encontrar un lugar desafiantemente propositivo. Es así que la ciudad, entendida como convergencia de poderes estructurales y mediáticos, es también epicentro para el encuentro de las diversidades y para la producción de gestas reivindicativas, que, para la coyuntura sociopolítica actual, tienen como protagonistas a las comunidades y a sus múltiples formas de organización y resistencia.
Hoy esas calles, que se abstuvieron forzadamente del clamor colectivo, y que al mismo tiempo se resguardaron por la inclemencia viral, advierten de nuevo, una ocupación simbólicamente masiva y pluralizada, que transita, sin miedo, entre la extrema indignación y la ferviente esperanza por reconfigurar una sociedad más sensible y justa, que reconozca en la experiencia colectiva y popular, la efervescencia requerida para sentir más cerca la victoria.
Las calles son para quienes las sentimos como aliadas.
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